lunes, 25 de julio de 2011

Tan simpáticos y tan crueles


Los lobos, o leones, marinos de las Galápagos caen bien. El hecho de que no rehúyan la presencia de los humanos les convierte en seres cercanos. Y si a eso le añadimos que les gusta jugar será lógico que pasen por unos de los animales más simpáticos del planeta.

A los peces luna el encuentro con estos traviesos juguetones puede suponerles una verdadera tortura. Leo en la Wikipedia que:
"Los leones marinos parecen cazarlo [al pez luna] como un «deporte», arrancándoles las aletas, moviendo su cuerpo de un lado a otro y luego simplemente abandonando al pez indefenso, pero todavía vivo, hasta que muere en el fondo marino". POWELL, David C. «21. Pelagic Fishes». 'A Fascination for Fish: Adventures of an Underwater Pioneer'. University of California Press, Monterey Bay Aquarium. Berkeley, 2001; 270–275
No ha de extrañarnos este comportamiento. Mi gata hacía lo mismo con casi todas las presas que capturaba. Es la naturaleza, me dirás. Sí, esa es la justificación. 

Muchos adultos recordamos que de niños éramos bien capaces de hacer lo mismo con según que animales. Experimentábamos con reptiles e insectos. Me consta que algunos maltrataban a gatos y perros. ¿Quién no ha destripado una rana? Si hasta en el colegio teníamos que hacerlo.

Ya desde pequeños los humanos somos ambivalentes. Nos gusta rodearnos de mascotas. Tal vez por evitarlo, los padres de ahora inundan las alcobas de sus hijos con todo tipo de peluches que ni cagan ni huelen mal. Pero, al mismo tiempo, cazamos lagartijas, matamos serpientes, aplastamos cucarachas, exterminamos arañas... sin necesidad.

Tal vez sea un comportamiento estrictamente biológico. ¿Lo llevamos en los genes? 

Todo ésto lleva mis reflexiones hacia Thomas Hobbes (1588-1679), para quien el egoísmo es básico en el comportamiento humano mientras que la sociedad intenta corregir tal comportamiento favoreciendo la convivencia. Fue él quien hizo popular este aforismo:
"El hombre es un lobo para el hombre" (Homo homini lupus est).
Puede que estés pensando que, al igual que Hobbes, me dejo llevar por los sentimientos humanos. Ya sean de amor o miedo, nuestras sensaciones nos influyen a la hora de observar los comportamientos sociales de animales o humanos. Y, del mismo modo, a la hora de explicar teorías científicas. ¿Le ocurrió eso a Darwin, a Spencer, a Wilson y a otros cuando elaboraron sus perspectivas evolucionistas?

Mi propósito es introducir un nuevo tema de debate: el darwinismo social. O el que vendrá después: la sociobiología

¿Qué prevalece en los humanos, el amor o la crueldad?

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